lunes, 4 de julio de 2011

EL AFRICA Y YO

La siguiente historia de helicópteros tiene que ver con mi vida y la de mi hijo. Fue cuando viví en el Africa, siguiendo a mi entonces esposo por el mundo.Voy a transcribirles textualmente la entrevista que me hiciera sobre este tema la periodista Claudia Doig para la revista “Cosas”. Claudia logró captar muy bien mi relato y lo plasmó en un artículo.
Aquí va:

Titulo:
PATSY ADOLPH

EN MEDIO DE UNA GUERRA TRIBAL

Si algo caracteriza a la periodista Patsy Adolph es su carácter serio y decidido. Su profesión la ha llevado por innumerables experiencias que la han puesto en peligro. Pero, paradójicamente, fue en la esperada tranquilidad de su hogar en Togo, Africa, en donde ella y Rafi, su primer hijo, estuvieron al borde de la muerte en medio de luchas étnicas del lugar. “Mi esposo es piloto comercial de helicópteros. En 1991 fue enviado a Togo a trabajar con la Organización Mundial de la Salud. Desde que llegué a Africa sentí la gran diferencia de culturas con relación a la nuestra. El respeto a la mujer no existe. Simplemente es un objeto y ser madre no cuenta para nada”.

Alejada de casi todo y con su esposo, Rick hauge, volando durante varios días
a la semana, Patsy usó toda su capacidad de adaptación para adecuarse a su nueva vida. Apenas instalada en un pueblo alejado de la capital, Pascal, el empleado que tenía a su servicio le explicó que había dos etnias que vivían en constantes enfrentamientos y matanzas: los Ewe y los Kabié. A éstos últimos pertenecía el presidente de Togo, líder dictador que hasta la fecha gobierna el pequeño país.

“La pugna no me preocupó mayormente, como tampoco vivir en territorio de los Kabié. Finalmente, yo era una extranjera y suponía que conmigo no se iban a meter. Pero una mañana, estando sola con mi hijo, desperté con el ruido de una turba que venía de lejos. Pascal me aconsejó no salir de casa porque el día se presentaba bastante agitado. Era época de elecciones para el Congreso. Pensaba quedarme en casa cuando apareció un compañero de mi esposo, otro piloto, y me dijo que mejor nos íbamos del lugar unas horas hasta que la situación se tranquilizara. Opté por esto último y mientras sentía que el tumulto se acercaba cada vez más, tomé a mi hijo, un biberón con agua y un par de pañales, y sin saber bien por qué, también el maletín con nuestros pasaportes y tarjetas de crédito”.


Apenas se subieron al carro rumbo a una sede de misioneros de San Juan Bosco, donde pensaban refugiarse, se encontraron con una barricada y troncos en la pista. Entonces una multitud los rodeó. “Ya había visto estas cosas antes, así que no me impresionó. Pero estos hombres estaban ebrios y enardecidos, y no querían dejar pasar a nadie. Portaban hachas, cuchillos, arcos y flechas. Felizmente mi compañero habló con ellos en francés y a regañadientes nos dejaron pasar”. Más adelante ocurrió lo mismo con otra barricada; pero a la tercera parada la situación se puso más crítica. Este nuevo grupo ya no estaba dispuesto a dejarlos pasar y los quería obligar a bajar del carro para incendiarlo. “Aquí sí me asusté realmente. Mi hijo lloraba mientras varios hombres, ahora con el rostro con pintura de guerra, se tiraban encima del carro y nos enseñaban los machetes y hacían el ademán de degollarnos. Decidimos no bajar del carro por nada del mundo y yo sentía que iba creciendo mi ira. No entendía cómo podían hacernos esto, porque nos tenían ese odio y, sobre todo, cómo no podían sentir
compasión por el bebé que llevaba cargado. Era tal mi rabia, que empecé a insultarlos en español. Creí que había llegado el final. Ya no sabíamos qué hacer”. El piloto decidió hacer algo drástico y peligroso: pisó el acelerador y emprendió una fuga que hizo que atropellara ligeramente a algunos de los nativos. Esto los enfureció aún más y empezaron a perseguirnos mientras nos alejábamos raudamente; pero lo que vimos más adelante nos heló la sangre…..otra barricada y los pobladores en esta habían visto lo que habíamos hecho.


La suerte quiso que justo en ese momento pasara en moto una autoridad del lugar que conocía al piloto que acompañaba a Patsy. El dispersó a los revoltosos y a duras penas lograron llegar a una sede misionera. Por radio informaron de la situación a los pilotos de la compañía donde trabajaba Rick, y al poco rato un helicóptero aterrizó en la cancha de fútbol de la misión y empezó la evacuación de Patsy, Rafi y de otros extranjeros que como ella llegaron al refugio. “Abordamos como pudimos y llegamos al hangar de la empresa de Rick. Allí encontramos otros helicópteros que evacuaron gente, hicimos una olla común y por fin me reuní con mi esposo. Esperamos la noche y en vuelo rasante, para no ser detectados, huimos rumbo a Benin”.



Pero la historia no termina allí. Para entonces Patsy no se sentía bien, pero atribuía el malestar a la experiencia vivida. Caminando por un mercado de Benin, en busca de algo de ropa para su hijo sufrió un desmayo. ¡Tenía la mortal malaria phalsiparum!. “Sentí que se me derretía el cerebro. Como sea me llevaron al hotel y me dijeron que había un medicamento que aún estaba en prueba en Estados Unidos, pero que se vendía en Africa. O te cura o te mata, me advirtieron. Lo tomé y aquí estoy. ¿Qué pienso de todo lo que viví enTogo? A veces lo comparo con lo que viví como periodista en la época del terrorismo. No justifico la violencia, pero en el Africa es instintiva. En cambio, la violencia del terrorismo en el Perú es calculada, meditada. Por eso, tal vez, es más grave. Pero, de cualquier modo, me gustaría regresar algún día al Africa, esta vez con mis dos hijos, porque quiero que conozcan el lado hermoso de ese continente”.


Fin del artículo.